Error 404: Humanidad Not Found

Bueno, llevo un buen rato queriendo escribir acerca de las relaciones que creamos a través de la tecnología, precisamente desde aquella película que me motivó a hacerlo. Aquí va mi intento:
 

Mucho o nada hizo la tecnología para juntar a la gente.
Campañas enteras convenciéndonos que con un teléfono en mano no haces vida social, la pierdes.
¿Y cómo cuando se trata de amor?
Cuando los kilómetros y los océanos conspiran para convertir las relaciones en tecnológicas dependientes,
como si una pantalla pudiese enredarte en sus brazos y decirte que todo está bien.

Como si la voz y la imagen a través de cables lograran llenar vacíos de habitaciones verdes y amarillas.
Amar de lejos es un funeral de cuerpo ausente
Saber que tienes algo, y no.
Es un suspiro con un nudo en la garganta.

Hasta que la ansiedad de compañía no se contenta con pixeles.
Hasta que la realidad pretende un aterrizaje forzoso desde las ilusiones hacia este planeta.
Hasta que te preguntas si naciste en el lugar equivocado, si no debías regresar.
O si sólo es cuestión de volverte a conectar.

Como si la vida dependiera de un marcapasos conectado a un plan de datos,  a una red inalámbrica.
Como si la destreza de los dedos debería manifestarse entre teclas y no entre piel como debería ser normal.
Las habitaciones están hechas para compartirlas con personas y no con computadores acercándonos a ellas.

¿Y si ese es nuestro destino como humanidad?
Entonces consigamos a través de teclados lo que no se puede a través de una real conversación.
Enseñemos a nuestros hijos los hashtags y palabras clave que los harán encontrar su persona ideal.
Porque los prejuicios son peor que un virus y las redes sociales son más sociales que la misma gente.
Pero si el destino es una palabra clave que arroja 61.500.000 resultados, quizás entre ellos encontremos el nuestro.

La película se llama Her, me recordó una época hermosa de mi vida, no, no fue con una máquina, sin embargo la locura se me hacía conocida. Fue algo tan real como el candado con nuestros nombres que aún permanece en un puente de París. Me gustó tanto esa canción que ahora la toco en mi guitarra y también esa frase que alegró mi noche, tanto como lo hizo quien me hizo compañía.

“El pasado es una historia que nos contamos a nosotros mismos”


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