La rehabilitación
No, no sé a qué hora exactamente
pasó, estaba oscuro y él transitaba por ese camino por el que muchos le advirtieron que no volviera a recorrer. No llovía, pero el agua en sus ojos reducían su
visibilidad; por alguna extraña razón que las investigaciones no han logrado
aclarar, él avanzaba conduciendo aquel vehículo movido con el combustible de la
esperanza y optimismo a un destino que él pensó que estaba allí, pero ya se había equivocado antes. Estaba oscuro, quizás no por la hora sino porque la
mayoría del camino siempre fue sombrío, incierto, inestable, aunque con curvas emocionantes.
No, en el informe policial
tampoco consta más detalles que los necesarios, irónicamente él iba en el
vehículo sin acompañante, y todos sabían menos él que aquella
carretera no conducía al lugar al que quería llegar, las últimas investigaciones confirmaron que hace tiempo aquel era el camino destinado para otro conductor. ¿Entonces por qué fue por
esa carretera otra vez? No queremos apresurarnos en juicios, sería injusto,
sobre todo por lo que pasó después.
La noche del accidente el
paciente parecía no volver en sí, no respondía, la ayuda no llegaba pero como
milagros hay en abundancia, de algún modo, fue rescatado de los fierros
retorcidos y vidrios rotos del lugar del siniestro y enseguida fue llevado a recuperación en una casa de salud.
Las causas del accidente aún son un misterio, se especula que la carretera era resbaladiza, ya se dijo que era inestable, se rumora que existían muchos escombros de pasado en ella, aunque según versiones
del afectado hubieron errores de maniobra, varios, que en muchos casos son normales pero en este tipo de vías los errores no eran admitidos.
Pasaron cuarenta días antes de
que saliera del coma, un estado en el cual parecía no responder a ningún
estímulo, en las cámaras de seguridad se puede percibir que en muchas noches
invadía al paciente un intento de conciencia caracterizado por estados de excesivo mareo, automedicación y desesperación imposible de llevar. Las
dosis de morfina ingresaban a su organismo como agua, el paciente parecía verse
inmerso en dolor de las heridas del accidente.
Dentro del segundo mes de
recuperación parecía que el paciente volvió en sí, pero su estado no dejaba de
ser preocupante, al verse tan afectado por las heridas su estado de ánimo
empezó a ser inestable. Rabietas, insultos, gritos y hasta algunos objetos
rotos eran parte de su cotidianidad. El dolor no cesaba, había perdido peso pero también un porcentaje de sus ganas de vivir. El recordar apenas
aquella carretera lo llenaba de ira, indignación, culpa y pena. Era un paciente aislado, su condición mental era verdaderamente preocupante, según el parte policial; la vía donde sucedió el accidente ya era conocida por provocar daños psicológicos severos. Y como era obvio, ninguna enfermera
quiso acercarse a ayudar a tal paciente tan peligroso.
Mojando la ventana en horas de
la tarde llegó la estación de lluvias, calmando el ánimo del herido y
ayudándolo a distraerse del dolor. Su rabia parecía disiparse al pasar los
días y las duras noches. Al notar su mejor actitud, las enfermeras empezaron a acercarse a él, lo
cuidaban, hicieron que vuelva a comer, aunque al principio le costaba, miraban películas con él, reían, jugaban, en cierto modo su compañía hacía el mismo efecto que la
morfina pero más placentero.
Algunas de ellas se armaron de
paciencia con él, otras prefirieron dejar el oficio de enfermeras tras haber
sido lastimadas por movimientos involuntarios del paciente. Pero lo importante
era que él estaba recuperándose. Gracias a la ayuda de quien quedó, empezó a caminar otra vez, lentamente y con cierta
dificultad pero aún requería ayuda. Lograba volver a comunicarse, volvió a hacer bromas, reír, hacer regalos. De a poco recuperó una perdida habilidad de soñar, imaginar imposibles y
buscarlos.
Atardecía aquella tarde de lunes
cuando supo que se le había recomendado una nueva doctora de cabecera, sus
reglas eran distintas, no más enfermeras, no más morfina, no más de aquel suero
alucinógeno ni ayuda al caminar. La medicina estaba en otro lugar, dentro del
paciente. Fue así que el antes herido aprendió a autosanarse, descubrió la paz
de no haber equivocado el camino que lo condujo al accidente, sino haber
descubierto que nunca se quiso transitar por ahí. Recuperó su habilidad pero
sobre todo su placer por conducir sin importar el destino, avanzar con el mismo
entusiasmo y optimismo que lo llevaron a accidentarse, pero esta vez con fé y mejores destrezas.
- Estás listo, creo que ya es tiempo de darte de alta.
- ¿Estás segura?
- Sí, porque tu medicina jamás la perdiste, porque como es costumbre en
tu género, las cicatrices que te quedan son motivo de presumir. Estás bien y te
veo bien. Sube de nuevo al auto y déjate llevar.
Con la luz de la mañana entrando por la
puerta, su silueta dejaba aquel hospital. Aunque su recuperación fue en tiempo récord, quedaban algunas curitas y suturas que
aún faltaban por sanar pero no importaba, ya estaba claro que el dolor no fue el accidente, que el camino estaba roto desde el inicio, que la única receta
por tomar era el camino propio y el correcto, la fe, tomar
aire, retomar el viento. Avanzó unos pasos más hasta perderse entre la
luz de tal soleada mañana de verano; ya no hace falta regresar a mirar atrás ni recordar dicho accidente que poco bueno dejó. Pues esta vez algunos caminos nuevos se muestran ante él, cual escoja, o el que vaya a seguir en adelante seguramente será
motivo de otro cuento. Mucho más feliz.
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