La historia de amor que no se llevó el Alzheimer

Llevaba meses intentando escribir este relato. Lamentablemente, este cuento vio la luz en la misa de requiem de su protagonista.


Corrían finales de los años 40, al norte del país, uno de esos rincones que no guardan trascendencia en los libros de historia ni en las fotografías de antaño. Allá, Inés y Carlos, los protagonistas de este relato, se vieron por primera vez.

No quisiera entrar en detalles de cómo se conocieron, eso podría hacer eterna esta narración. Basta con resumir que la política carchense tuvo mucho que ver. Y es que para algo bueno tenía que servir la mugrosa política.

Ella, la guapa hija menor de un importante senador del partido conservador, nacida en un hogar que tenía tantas habitaciones como tradiciones familiares. Él, Un caballero emprendedor y autodidacta, quien sin necesidad de haber nacido entre la abundancia y opulencia, tenía una clase señorial de la que muchos aristócratas carecían.

No sólo los separaba una diferencia de 10 años, sino también una marcada diferencia social en los tiempos donde la opinión del pueblo y un apellido, podían alterar por completo el destino de cualquiera.

Eso no importó, y ambos se querían. Una noche, ella dijo a su hermano que saldría a comprar un par de medias a pocas cuadras. Con actitud sospechosa, abandonó su casa en Tulcán, la esperaba un camión conducido por mi abuelo Carlos, quien al recoger a mi abuela partió inmediatamente rumbo a El Angel.

Como dos fugitivos, emprendieron el viaje de huida de todo aquello que podría interponerse en su felicidad. 3 camiones más, cómplices de este loco amor, obstaculizaron la carretera para dar ventaja a los fugitivos de un celoso cuñado, quien al darse cuenta de la fuga de su hermana, inició la persecución con revólver en mano para dar fin a semejante locura.

Fue demasiado tarde cuando llegó a El Angel y encontró a su hermana recién casada. Esa misma noche, no tuvo elección y brindó por los flamantes esposos como gesto de paz.

Muchos años pasaron desde aquella locura, tiempo que hizo un sólido matrimonio, 6 hijos de los cuales 4 nos acompañan esta tarde, 6 nietos y mil historias.

Mi abuela Inés siempre tuvo ojos y voluntad para mi abuelo. Él era su vida. Hacía sus recetas favoritas, guardaba bajo llave el pan de maíz que a él le gustaba, lo apoyó todos los días hasta que la salud de mi abuelo sufrió un catastrófico revés.

Ella se convirtió en su enfermera, poca falta le hizo estudiar medicina para cuidar y comprender al paciente por el que veló por años con una sonrisa, apenas se quejaba por algunos dolores que la edad y el esfuerzo trae consigo. Dio su vida por su esposo, hasta su último respiro.

Hace 10 años. Él murió. Ella envuelta en lágrimas se negaba a aceptar la pérdida de su amado. Esto, generó un conflicto en su memoria y el surgimiento de lo que algunos llaman: la enfermedad silenciosa. Cada día olvidaba más. Olvidó sus sorprendentes recetas, el cajón donde escondía los panes de maíz, olvidó el nombre de sus nietos, tiempo después, de sus hijos. Pero hubo un nombre que nunca olvidó, uno por el que preguntaba repetidamente: ¿Y el Carlos? ¿dónde está el Carlos?

Hizo esta pregunta constantemente hasta el final de sus días, un nombre que el alzheimer no pudo borrar, y es que no se trataba de un tema de memoria, pues lo había aprendido en el corazón. Corazón que la tarde de ayer se resisitió a seguir, o tal vez, sencillamente fue demasiado el tiempo de espera y constante búsqueda por su esposo, que decidió ir a buscarlo personalmente.

Hoy, están juntos de nuevo. Ella preparando el café para él, ambos fumando un cigarrillo en una mesa de cocina de aquel lugar desconocido donde todos iremos algún día. Tienen mucho de qué hablar, pues hace tiempo que no se han visto. Compartirán risas y poco dormirán, después de todo, ninguno de ellos tiene prisa.

Mientras tanto, aquí te recordaremos con esta impresionante historia. Desde este, un mundo absurdo que renuncia al amor a la primera tontería.

Abuelita, ayer, con un beso en tu frente antes de que te aparten, te pedí una herencia. Precisamente lo más valioso que tuviste. Quiero que me dejes ese corazón que aprendió a memorizar, aquel capaz de albergar un amor que no pueda llevarse ni el más fulminante alzheimer, un corazón que preguntó por su razón de ser, hasta el final de sus latidos.

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