2017, desde el manicomio

Seguir dentro de este ciclo de inicios de año, propósitos y metas. Es una locura. Y lo digo así, definitivamente considero que cada año te vas poniendo un poquito más maduro, pero por eso mismo, desaceleras para admitir que todo este papel que asumimos de personas con accesorios, compromisos, obligaciones y egoísmos es desgastante y molesto.

Sí, este es otro de esos artículos fatalistas filosóficos que despotrican contra lo que guardamos en la mente y lo que la sociedad nos ha hecho pensar. Lo más jodido, es saber que no es tan simple salir y que dependemos de ello. Por eso ha sido un año con altos y bajos, metas alcanzadas y otras cosas que no hubiese querido que sucedan así. No sé qué decir sobre este 2017 que terminó, porque ni lo quise ni lo odié. Lo más difícil, supongo, es que tampoco sé qué decir de mí mismo.

Empiezo este año recogiendo piezas de mí, por haber permitido que el silencio de lo que me incomode llegue a explotar, por haber dejado avanzar una ansiedad nociva, por haber abandonado mis propias pasiones por buscar paz, por haber necesitado oxígeno y no saber cómo pedirlo. Arranco intentando quitarme de encima la culpa, unas tantas libras, arrepentimientos y una aparente crisis de media edad.


Arranco bajo las consecuencias de mis anteriores propósitos de inicio de año. Por eso, en este 2018, primero necesito cambiar algunas cosas en mí. A pesar de ya no ser el que era, a pesar de mantener el silencio, a pesar de que la extraño, y a pesar de que siguen esas voces reprochándome en mi mente, incluyendo la suya. 


 

Comentarios

Entradas populares