Mi abuelo, el comerciante.




Palabras dirigidas en la misa de 1 mes de fallecimiento de mi abuelo Alberto Prado Bastidas.



Familia, hoy podría hablar tantas cosas del abuelito. Sería sencillo recordar su amor a toda esta familia, su pasión por el fútbol y los domingos en el estadio, como también le gustaban los toros y el boxeo.

Se podría hablar toda la noche de lo que cosechó una vida de 99 años, pero dicen que a eso que nos dedicamos nos define. Y estoy de acuerdo. Por eso quiero hablar del astuto comerciante que fue mi abuelito.

Hace tiempo, cuando no había tanta presión social por tener un título universitario, mi abuelito hizo su profesión con trabajo duro, experiencia, sacrificio y no necesariamente con cartones. Aprendió el negocio de su padre apenas terminó el colegio. Supo sobre las rutas, los productos y esos trucos de magia de conseguir algo y venderlo con un valor agregado. Algo que los actuales profesionales en marketing aún no saben cómo hacer.

El abuelito abrió su tienda en la calle Bolívar, mucha gente del campo iba a San Gabriel a abastecerse en su local y dejaba sus caballos atados en la calle. Era un sitio provisto de productos de primera necesidad, abarrotes, víveres y objetos varios traídos de Ibarra, Quito e Ipiales.

No era fácil traer cosas de Colombia, muchas veces era necesario esconderlas de los agentes de aduanas, pero valía la pena por el buen negocio que representaba. El viaje tampoco era sencillo, no se trataba de la carretera que hoy conocemos. Tanto sus viajes a Colombia como a Quito e Ibarra tenían su riesgo y complejidad.

Una vez que se aprende a comprar y vender, se va perfeccionando la técnica. Es por eso que el abuelito no dejó de trabajar. Se jubiló a sus 80 años dejando los viajes y su local en la Calle Ipiales. En el sector de El Tejar.

80 años, cuando hoy pensar en jubilarse a los 65 parecería un calvario.

 Lo que el abuelito nos enseñó siendo comerciante calza mucho en nuestra vida actual. Siendo alguien que sabía el valor de las cosas siempre tuvo claro que lo único invaluable es la vida y con quién la compartes.

Nos demostró cuánto vale la humildad, no era un hombre que se rodeaba de lujos porque sabía priorizar. Invirtió en la educación de sus hijos. Eso que sin dudar es la mejor herencia. Sin haber sido egresado de universidad fue un gran profesional. Lo que nos enseña que la voluntad y actitud valen más que cualquier formalismo.

Nos enseñó lo que es el sacrificio. Pero también el disfrute de la vida. Tuvo tiempo para compartir con amigos, su esposa y sus 9 hijos cuando hoy se dice tanto que no se tiene tiempo para nada y para nadie.

Hace un poco más de un mes el abuelito hizo un último viaje y cruzó otra frontera. Seguramente se fue llevando algunas cosas. Recordemos que el abuelito no llegaba con las manos vacías, mucho menos cuando tenía alguien que lo esperaba. En este caso, llegó a los brazos de Clarita, de María Cecilia, de algunos de sus hermanos y amigos. Mientras tanto, a nosotros nos dejó otra mercancía: su recuerdo, sus valores y su ejemplo. Ya dependerá de nosotros saberle encontrar valor a esa herencia y poder invertirla en nuestras vidas y con nuestras familias.

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