El partido de mi vida - Actualización



No espero que nadie se tome la molestia de escarbar entre los archivos de este blog buscando la primera parte de esta historia. Tampoco hace falta. Lo que importa es lo que sigue: un relato con energías renovadas, con la pasión encendida otra vez, con el recuerdo intacto de lo que fue—y sigue siendo—el partido de mi vida. Uno más entre tantos, sí, pero con un fuego especial. Un fuego que quema distinto.

Todo empezó con una noticia absurda, de esas que solo la FIFA podría inventarse: un Mundial de Clubes con 32 equipos. Mi primera reacción fue una duda: ¿Quiénes van a ir? Apenas comenzaban los rumores, ya me rondaba una posibilidad descabellada. LDU, reciente campeón de la Sudamericana, tenía chances. Pero lo que me sacudió de verdad fue pensar que River Plate, mi amor en la distancia, podía estar ahí también. Y entonces mi cabeza se llenó de ideas viajeras.



En diciembre se confirmó el sorteo: River clasificado. Y su rival en el grupo me voló la tapa de los sesos. Nada menos que el Inter de Milán, mi equipo de infancia. Ese Inter de Ronaldo con la 9, Zamorano con su mítico 1+8, Baggio en el centro del campo, y Zanetti en la defensa como un escudo. Ese Inter que me convirtió en hincha antes de que entendiera qué era ser hincha.

No lo dudé. Compré el pasaje a Seattle sin mirar precios. Lo demás era secundario. ¿Una segunda oportunidad? Ni en sueños. Me hice socio internacional de River. Perdí horas de trabajo persiguiendo entradas, actualizando páginas, esperando confirmaciones. Pero todo valía la pena por estar ahí: el 25 de junio, en el Lumen Field de Seattle.

Y estuve.

River sigue siendo lo que siempre fue: una familia. La gente te abraza sin conocerte, canta contigo como si fueras hermano, te cuida como si fueras de la tribuna de al lado. Esa comunión no la he visto en ninguna otra parte del mundo. Y sigue intacta.



Era un Mundial. La atmósfera era inigualable. Cantamos una hora antes de entrar al estadio, y una hora después de haber sido eliminados. Perdimos, sí. Pero estaba contemplado. Nadie viajó por el resultado. Viajamos por la historia.

No fue el partido más vistoso. No hubo épica, ni goleada, ni milagros. Pero fue el partido que más esperé. Fue único. Fue mío. Fue el que me devolvió la pasión y me recordó por qué amo esta camiseta. Fue el que encendió de nuevo una llama que nunca debió apagarse.

Gracias, Dios, por esta oportunidad.
Gracias, Seattle, por la hospitalidad hermosa.
Gracias, fútbol, por ser el único amor que no traiciona.

"Todo lo que yo viví, todo lo que yo dejé, por seguirte a todas partes nadie lo puede entender..."


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