Borrador número crísis de los treinta

¡Apaga el televisor! de todos modos es basura eso que transmiten los canales de acá y pretendías prestar atención, levántate de la cama, cálzate ese par de zapatos que no puede ocultar el ligero desgaste que revela que los usas casi a diario. Maquíllate un poco, tan solo un poquito.

Agarra tu bolso, lleva contigo un abrigo, recordándote lo que siempre sugieren las abuelas. Agarra las llaves de tu departamento, deja olvidado el orgullo en el cajón de la bisutería, deja atrás tu zona cómoda con un portazo que asuste a los vecinos y saca el esplendor divino de tu rostro a la calle.

Estira tu brazo derecho y toma un bus sin sin rumbo, siéntate cerca de la puerta de salida, como lo has hecho siempre. Haz una retrospectiva de nuestros errores mientras miras a través de la ventana los objetos que van quedando detrás, la gente que sobrevive, esta ciudad que apesta.

Bájate en ese barrio alejado, no esperes que el bus se detenga, hazlo rápido, corre, deja que te persigan los perros, cruza la calle sin fijarte, total por aquí no vive casi nadie y el único peligro está más adelante.

Toca el timbre, trepa el muro de la entrada, ignora los ladridos del perro, sube las escaleras y abre la puerta. Encontrémonos en un beso repentino, en un momento silente y eterno, en una total manifestación de insensatez e impulso acumulado de la más absurda de tus ilusiones. 

Envía de regreso al infierno a tus fantasmas del pasado, deja la sensatez junto a los huesos de las aceitunas y la ropa sobre el recibidor. Vuelve inolvidable un día que pudo perderse en lo normal, una tarde en la que estás ahí acostada en tu cama, tratando de prestar atención al televisor, tratando sin éxito de convencerte de que estás mejor estando sola. Sin mí, sin tí, sin nada.

Es que en verdad: La cordura está sobrevalorada y yo no pienso salir a buscarte.
Y que ojalá, todo fuera así de fácil.

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