De ángeles y demonios

Yo creo que somos una mezcla de todo, algo así como chocolate y mierda al mismo tiempo, depende.

Una bóveda de resentimientos, una cuenta de ahorros de momentos felices, una máquina expendedora de bocaditos rancios, un conjunto de cientos de cosas buenas pero a la vez unas pocas que lo cagan todo. A ver, seamos objetivos, nos obsesionamos cotidianamente con lo negativo,  nos encerramos en nuestra moreliada constante haciendo ojos ciegos de lo que realmente importa: lo bueno.

Y así, la bóveda colapsa, la cuenta pertenecerá a un banco por quebrar, nos reemplazarán por una máquina de Coca-Cola y el conjunto se hartará de pertenecerle a las ingratas matemáticas, esparciendo por allí los resultados de nuestros demonios encerrados que salen al mundo a destruirlo todo, a hacer travesuras. Y como padre de niños pequeños los miras y piensas: Mejor dejarlos jugar libres, talvez necesitaban aire.

Demonios groseros, traviesos e imprudentes, empujados por los manjares de Baco pero tan ingratos como quien los creó alguna vez. Almas de enojo, teñidos de furia, incubados por la injusticia y alimentados de rumores. Se van, lo rompen todo y no vuelven, gracias a Dios. Y aunque su noche de liberación dejen como demonio a quien los libera, ese desahogo celestial te vuelve al ángel que conoce quien te importa. Ese traje de ángel que usas a diario para el resto del mundo, para los verdaderos amigos, para ella.

Y al final, atravesar una resaca de conciencia tranquila, un perdón de dientes para afuera con las palabras estrictamente necesarias para cumplir la obligada y repugnante parte política, un correo que fue a la papelera sin ser abierto porque me propuse no desperdiciar un minuto más de vida. Bueno, supongo que a todos nos ha pasado lo mismo alguna vez, solo que a muchos les cuesta aceptarlo.

Digo, todos hemos tenido alguna experiencia con gente de mierda.


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