La generación de la zona cómoda

¡A la mierda! golpeo la mesa de este bar de mala muerte y pregunto: ¿Entonces qué chucha pasó con nosotros?

Ella me dijo: Olvídalo, eso de los romances adolescentes, las mariposas en el estómago, las cartas dobladas de modo gracioso, los detalles inesperados, las citas para pasear por un centro comercial, las canciones dedicadas en la radio, las llamadas para escuchar su voz y colgar, esas, son cosas de adolescentes, y no vuelven a suceder después de la pubertad.

¿Por qué? Porque en el camino todos esos esfuerzos resultaron vanos, porque los que fuimos detallistas, atentos, dedicados, amorosos, en algún momento dejamos de creer, nos hicieron dejar de creer, gastamos pólvora en gallinas y arpías y nos quedamos desarmados. Algo así, así como herejes del amor, como guerrilleros antisistema de la felicidad, como renegados y tercos, esclavos de nuestros errores, almas perdidas y confundidas entre lo que se siente bien por un momento y lo que se siente bien por horas. Así, patéticos.

Hasta que un día despiertas del lado izquierdo de una cama preguntándote: con qué clase de "ser " desperdicié mi lado más detallista, mi mejor yo, mi tiempo, mi óptimo modo de ser. Quién me robó la vida y por qué me dejé estafar el corazón. Y esa, tampoco es la solución.

La verdad es que parece que hemos caído en una involución humana, la generación de los hombres cómodos, un género masculino dominado por el ego y los brazos cruzados. Ya no nos arriesgamos, no nos la jugamos, no dejamos de lado la moreliada del pasado y nos ponemos a luchar por lo que queremos. No somos ni parecemos, no asumimos nuestros errores ni ahuyentamos los fantasmas del ayer, sino que los conservamos como fieles mascotas y les damos un beso cariñoso cada mañana. No nos levantamos con la intención de calzarnos bien los pantalones, ajustar el cinturón y gritar: Sí hijueputas, la cagué, y la cagué amplio, pero quiero esto en mi vida, la quiero a ella en mi vida y la voy a buscar esta noche.

Y es que hay tantas allá afuera valiendo tanto la pena pero nos empeñamos en recordar en la que está allá afuera valiendo tanta ..., bueno, ¿acaso así nos programaron a los seres humanos? Yo creo que no.

Por mi parte, me levanto y me calculo la mitad de los años que tengo, tomo las llaves de mi auto y voy a buscarla, porque ella también despierta mariposas en mi interior, porque inspira a timbrarle aunque sea para dejarle una llamada perdida, porque quiero llevarla a pasear a un centro comercial y porque aunque esta carta no pueda doblarse, me basta con escribírsela. 

Pero sí, yo me calzo los pantalones, yo elijo evolucionar. Y es que señores, el victimismo quita más hombría que cualquier acto homosexual. He dicho.

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