Nicolás





Llegaste más pequeño de lo que debías. Sin poder comer solo, con algunas pulgas y un carácter más grande que tu cuerpo. Parecías rescatado, pero fuiste tú quien me rescató a mí.

Llegaste a completar la familia. A ponerme responsabilidad en medio de mi época de fiestas, novias y salidas. Llegaste a centrarme sin pedírmelo. A enseñarme sin decir nada.




Me esperaste un año entero mientras estudiaba fuera. Me esperabas cada noche después de la agencia. Y, a la vez, nunca esperaste nada de mí. En un mundo donde todos traen condiciones, donde la gente llega y se va, tú te quedaste. 

Me quisiste como soy. Y eso, ya es mucho decir.

Nunca te gustó el calor ni los viajes largos en carro. No te gustaban los niños, hasta que llegaron tus primos. Siempre fuiste celoso, chantajista, escandaloso. Poco sociable como yo. Fotogénico aunque odiabas las fotos. Orgulloso, pero un jamón bastaba para que cambies de opinión.

Fuiste testigo de todas mis versiones, de mis mudanzas, de mis fracasos y mis victorias. De mis amaneceres de ansiedad y de mis regresos tarde, sin ganas de hablar con nadie.

Quince años y medio después de haber llegado, te vas. Sin dolor, porque eso me lo quedo yo. Porque ya no estarás para llenarme de pelos la ropa, de ladridos la vida y de alegría la casa.

Dicen que los perros viven menos porque ya saben amar incondicionalmente. Mientras nosotros tardamos toda la vida tratando de aprenderlo. Por eso, la casa se queda sola, porque el más grande maestro de amor, hoy dejó de serlo.

Y con estas palabras te suelto la correa para dejarte ir.

Gracias, Nico.

Gracias, chico perro.





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