Ya no estamos, segunda parte
Lo dije hace mucho tiempo y las cosas no han cambiado: ya no estamos.
Ya no estamos para reparar personas que buscaron romperse, para cargar traumas ajenos, paternar ni ser terapeutas de nadie. Por mucho que las amemos.
Ya no estamos para tolerar la inmadurez ni la indiferencia, para cubrir los gastos de quienes viven sin conciencia, para criar hijos que no nos pertenecen ni para evitar el “cringe” que nos provocan quienes se publican llorando.
Uno tiene que sanarse primero. Saberse suficiente en esta puta sociedad prejuiciosa y egoísta.
Entender que el perdón es necesario y que el autoperdón es obligatorio. Que sentirse bien no es permanente, y que eso también está bien. Que el corazón sana, como todas las heridas que se dejan en paz.
Ya no estamos para no entenderlo.
Tampoco estamos para seguir encerrados en nuestras celdas sociales, encasillados en prejuicios mentales, ahogados en el miedo constante y adictos a fingir en redes sociales.
Hay que pasar la página, ver el mundo, amarse primero, levantar pesas y exorcizar demonios. Porque ya no estamos para mantenerlos vivos.
Y con el alma rehabilitada, el corazón con hambre, despierto en esta cama vacía, sabiendo que no cualquiera puede habitarla.
Con esta sensación de suficiencia, pero también de añoranza.
De que ya no estamos para jugar, ni para ser otra vez un juego.
Porque ya no estamos para ser escala de nadie. Estamos para ser destino.
Y no cualquiera tiene ese pasaporte.
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