La gente valiosa y la vieja del Titanic
El mundo está mal repartido. O tal vez hay demasiada gente que no sabe el valor de nada.
Siempre odié a la vieja del Titanic. No por capricho, sino por esa escena en la que lanza al mar una joya sabiendo que había manos buscándola. Y sí, esa imagen es perfecta para explicar esta puta mierda de mundo: lo valioso hundiéndose porque alguien no supo qué hacer con eso.
Y no hablo de piedras preciosas. Hablo de personas. De esos diamantes humanos que cayendo en la profundidad, en la sal del tiempo, se llenan de óxido. De gente que un día brilló y que, en manos equivocadas, fue tratada como baratija. Hasta que un día se sueltan y solo empiezan a caer.
Siento que en estas semanas conocí un collar hundirse así. Lento. Dejando un brillo que todavía corta la vista mientras desaparece. Y desde la orilla uno quiere saltar, nadar hasta ella, traerla de vuelta. Pero no lo voy a hacer, principalmente porque sé lo que cuesta salir a flote.
Porque yo sé lo que es el fondo. El frío, el ahogo, el silencio que aplasta, la presión que asfixia y la oscuridad constante. Sé lo que es arrancarse el óxido con las uñas hasta reconocerse otra vez. Y que si intentas rescatar algo que no nada hacia ti, terminas ahogándote tú también.
Yo estoy a cargo de mi propio barco, uno en el que lo valioso se cuida y se navega con lo necesario, con amor. Y es verdad, pudimos seguir la corriente y tener una historia bonita. Una de esas que uno quiere contar despacio, con sonrisas y pausas largas.
Pero el mundo está mal repartido. Y aunque veo todo tu valor, no puedo hundirme por salvarte.
Ojalá vuelvas a brillar y logres salir del agua sin ahogar a nadie.
Ojalá, algún día, sepas que siempre fuiste oro.
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