En mi defensa

Yo sé que debo una disculpa, y admitir que mis justificaciones basadas en previas experiencias no argumentan un incorrecto proceder, disculparse no es excusarse, eso lo tengo claro.

No soy un santo, tampoco un demonio. De hecho, nunca en mi vida fui el villano. 

Quizás es el resultado de una adolescencia tardía, de un estado civil obligado, de tener en cuenta nuestro efímero paso por el mundo y la ridiculez de los placeres privados. No sé, quizás son las ansias por devorar los módulos anexos del amor sin necesidad de estudiar la carrera, ni matricularme en una relación, ni presumir el compromiso de obtener un título de enamorado. Viéndolo de este modo, elijo ser el intermitente oyente de intercambio.

Hábito que reconozco es errado, que ha herido y que también ha sanado. Que construyó ilusiones en algunos casos y las deshizo con la misma brevedad en la que provocó el primer abrazo. Haciéndome el malo del cuento, el fugitivo del crimen, el idiota de turno, el enjuiciado con pruebas en contra, el acusado. 

En mi defensa argumento que me he equivocado, pero este error ha pasado a ser una especie de juego sagrado, donde ganan los dos si se tiene claras las reglas del juego, y puede perder quien se haya enamorado. Y estoy consciente de que este devenir errante tiene su fecha de caducidad, después de todo siempre de los juegos me llego a cansar, sé que llegará algún día la persona que haga que esta etapa sea un recuerdo glorioso, pero también un comportamiento que no volvería a presentar.

Que si bien es cierto al amor verdadero hay que aguardarlo, porque las cosas buenas de la vida se hacen esperar, al menos eso me han comentado. Pero también es cierto que el tiempo es implacable, voraz, incierto y la vida demasiado corta como para quedarse sentado.

A quien corresponda, lo siento.


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